Lady
Constance miraba por la ventana. Apenas estaba anocheciendo. Una sombra de preocupación
afeaba su rostro. Ya habían encendido los faroles cuya luz amarilla iluminaba
la siempre solitaria calle. Un coche tirado por caballos esperaba junto a la
acera y el cochero aguardaba a su lado, fumando mientras el humo subía en
espirales.
Con un suspiro, dejó de prestar
atención a lo que acontecía afuera y en cambio fijó su vista en su propio
reflejo, que le mostraba el cristal. Una joven de cabello rizado rojo, cejas
arqueadas, ojos verdes y labios delgados, finos y rojos le devolvía la mirada.
Arregló su cabello, dejando que cayera por su espalda como una cascada
escarlata.
Sonriendo satisfecha consigo misma, iba a dar la
vuelta cuando un golpe en la puerta la devolvió al estudio. Se dirigió hasta su
escritorio y encendió el candelero. Segundos después un sujeto menudo rodó por
el suelo hasta chocar contra una silla. Detrás venía Víktor, su mano derecha:
un hombre alto y delgado, de largo cabello castaño. Cerrando de un portazo,
cruzó la habitación y agarró al sujeto por el cuello, obligándolo a ponerse de
rodillas.
—Lady
Constance, el invitado que esperaba —anunció.
Constance asintió y se
acercó a ambos. El sonido de sus pasos era absorbido por la enorme alfombra
roja que cubría el suelo del estudio. Su caminar era elegante. El sujeto
temblaba al verla acercarse: era gordo, con un rostro muy parecido al de una
rata. «Una enorme y asquerosa rata»,
pensaba ella, sin poder evitar sonreír en sus adentros. El terror era evidente en
el recién llegado: sus ojos se abrieron de par en par y su respirar se hizo
ruidoso y agitado. Intentó alejarse pero Víktor lo sujetó con fuerza,
obligándolo a quedarse donde estaba. Constance sonrió.
—Lady
Constance, hija de Lord Jacques Drake —dijo ella,
sentándose sobre el escritorio. Lentamente agarró un cuchillo que descansaba
sobre un enorme libro y comenzó a acariciar el filo, pasando su pulgar—. Ahora
dime, ¿quién dio la orden?
—¿Qué
orden? ¿De qué habla mi Lady? —preguntó el sujeto con voz empalagosa.
—¿Y
todavía tienes el descaro de negarlo? —gritó ella y abalanzándose
hacia él, le puso el cuchillo en la garganta. Una gota de sangre asomó allí
donde le presionó con fuerza—. Dime
lo que quiero saber porque no dudaré en rajarte la garganta —añadió con voz suave, apretando más el cuchillo e
ignorando el olor a sudor y a cerveza que despedía el hombre.
—No
sé quien dio la orden…—balbuceó. Lady Constance hizo ademan de apretar más el
cuchillo—. ¡Solo nos dijeron que recibiríamos un sobre y si estaba vacío, era
la orden para matarlos! —añadió con voz ahogada.
—¿Dónde
está ese sobre?
—En
mi chaqueta, bolsillo derecho —respondió, respirando agitadamente.
Víktor buscó hasta
encontrar el sobre, que luego entregó a Constance. Esta dejó el cuchillo sobre
el escritorio y observó el sobre junto al candelero. Estaba hecho de papel
apergaminado y solo tenía escrita una palabra justo en medio: Jack. Dándole
vuelta lo abrió pero el sobre estaba vacío.
—¿Cuál
es tu nombre? —preguntó sin apartar la vista del sobre.
—Jack
Fuller —respondió el sujeto.
—Víktor,
ya puedes llevártelo —dijo.
—¿Con
los otros? –preguntó este.
—Sí.
—¿Qué
me van a hacer? —preguntó Jack aterrado.
—Cállate
y avanza si no quieres morir —le espetó Víktor mientras lo levantaba con facilidad,
dirigiéndose a la puerta.
«Uno
menos en quien pensar… ya son siete y cuantos faltan, no lo sé», pensó mientras cerraba la gaveta de un golpe.
Dirigiéndose luego al baño, se lavó el rostro para luego mirarse en el espejo. Unas
lágrimas escurridizas bajaron por sus mejillas rápidamente. Con lentitud
desabrochó su traje y observó la cicatriz en su abdomen. La llevaba desde
aquella fatídica noche. La rabia brotó de repente y despegando el espejo de la
pared, lo lanzó al suelo. Una lluvia de cristales se regó por la habitación.
Al volver nuevamente
junto a la ventana la envolvió el silencio. El coche ya no estaba. «Jack está de camino al infierno», pensó
con forzada tranquilidad mientras se sentaba en su silla. Entonces clavó su
mirada en un cuadro cuyas personas le miraban: un hombre alto y de bigote
poblado junto a una alegre mujer de cabello rizado. Alargando la mano, agarró
el retrato. Al pie del mismo y en letras grandes decía: Lord Jacques y Lady Catelyn
Drake. Hacía quince años que no los veía: quince años esperando encontrar al
asesino de sus padres. Desde que tenía diez años. Llevándose el retrato a los
labios, lo besó.
—Los
vengaré a ambos. Lo prometo.
Lady Constance... una dama de temer y que en el taller cautivó a más de alguno. Suerte con el proyecto del condensado.
ResponderEliminarMuchas gracias y suerte a ti también, amiga.
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